lunes, 13 de mayo de 2013

Las once varas no tienen memoria




Dicen que en la soledad de cuatro paredes pintadas de color azul y en la noche nublada de Mayo me encontraba yo…No sabía si aquel lugar era la oficina en donde trabajaba, el sitio de reunión familiar para ver los estrenos de las películas o era la habitación en la que descansaba después de trabajar, simplemente sabía que estaba ahí, sin compañía y en silencio… Únicamente mis pensamientos y yo, quizá había uno que otro recuerdo, pero no quería invitarlos, así que intenté buscar entre libros llenos de polvo, en revistas viejas consumidas por polillas y entre cartas que perdían día a día la claridad en sus letras, una excusa o una voz que me escuchara en medio de tanto silencio y de tanta oscuridad.

La soledad debía partir a otro lugar, así que opté por tomar un recuerdo -el peor- y convertirlo en mi nueva compañía, puesto que yo, ya estaba desesperado por dedicar mis días y noches a la rutina de mirar a través de esa pequeña ventana, esa que daba luz a mis lecturas y a mi rostro que desconocía…. Empecé mi búsqueda, pero aquel viejo amigo del cual olvidé su nombre, era sordo y no me escuchaba, así que desistí, no hice reclamos y cambié los planes…

Cuando era niño, me decían que las estrellas eran capaces de escuchar y si eran fugaces, cumplían deseos, así que me propuse a salir al balcón de aquel lugar y observar la noche. Salí y me fumé un cigarrillo de mentiras, el humo adornaba la niebla y las estrellas se negaban a hacer presencia a mi vista, pasaron 10 o 15 minutos y yo ya me encontraba en aquel parque lleno de árboles viejos y de sillas rotas, de basura y de silencio aterrador. El parque era tenebroso, así que las cuatro paredes, eran mi propia habitación. Yo me encontraba mirando hacia el cielo, y Aurora, mi cobija que jamás he dejado cumplía con su papel que era calmarme el frío, puesto que mis manos se desvanecían con  el tiritar y mi rostro se alarmaba porque no quería enrojecerse, de repente entre mis discusiones, apareció una estrella en el cielo, creo yo que la más brillante y subí a verla desde el balcón, supuse que hablaría con ella, pero se fue, sólo me ilusiono… Al volver a mi habitación, la desilusión me invitó a dormir, me acosté y fue ahí cuando sentí tras de mí una presencia, la miré y era una figura amorfa con una capa blanca, sin rostro… Para el juego de poder hablarle, le recree uno; cejas unidas, pestañas quemadas, nariz fruncida y labios groseros, y en ese momento, el cuarto cambio a color rojo, desde ahí supe que era mi viejo amigo, mi mal recuerdo…Y por aquel color rojo, lo bauticé como Enojo ya que no recordaba su verdadero nombre…Entonces decidí cuestionarle su presencia.

-       SM: ¿Qué haces aquí?
-       ENOJO: Vine a que me recuerdes.
-       SM: Sólo sé que eres oscuro y que no quiero recordarte ¿Por qué ese es tu fin?
-       -ENOJO: Claro que soy oscuro y quiero que me recuerdes porque fui tu arma más letal, fui tu escudo y también tu desdicha… Me has olvidado
-       SM: Viniste a atormentarme ¿Verdad?
      - ENOJO: No, sólo quiero avivar tu pasado; el desmembramiento de tu esposa después de 80 puñaladas por tus celos con el vecino, el ahogamiento de los gemelos -tus hijos- y la violación de tu pequeña hija ¿Recuerdas?
-       SM: ¡NO!, yo no he cometido tales cosas, fuiste tú.
-       ENOJO: Claro que no fui yo, fuimos los dos.
-       SM: ¡Maldito!, estás loco, ¡LOCO!.
-       ENOJO: Loco tú que olvidas, que matas y que estas atado a una cobija de once varas a la que llamas Aurora.


Después de aquella discusión con Enojo, me enteré que ni mis recuerdos ni yo teníamos memoria, que la habíamos perdido por culpa de él…Por mi parte lo odiaba y quería que se fuera de mi lugar, de mi sitio… Él dijo que Aurora tenía once varas y que ella era la causante del olvido, pero no entendí el porqué.
 En un momento de silencio, después de tantos reclamos, le dije a Enojo que se fuera, que no quería recordarlo ni saber de él, que no me importaba su ‘’compañía’’, fue tan grande la ofensa con esas palabras, que Enojo explotó, sí, yo recree su propia muerte y olvido, en ese momento mi habitación se tornó color blanco e intuí también que la estrella brillante que había visto, era el bombillo que alumbraba las cuatro paredes, no habían libros, ni cajas, ni tampoco cartas o revistas, lo que vi, eran hojas de los arboles más altos de aquel lúgubre parque.

Enojo se había ido... (Para siempre).

-       ¡Toc, toc! sonó la puerta y de nuevo la desmemoriada de Aurora y yo, nos ilusionábamos con no volver a seguir solos.

-       Enfermera: Señor Miller, es hora de su inyección

-        
‘’La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma’’
(Goethe).