domingo, 14 de abril de 2013

Crónica: El miedo y los pensamientos ajenos en una travesía


5:00 am: El despertador hizo su sonido molesto, indicó que debía levantarme y así lo hice… Una lágrima le robó protagonismo a la oscuridad de la madrugada y a la pereza que tenía para quitarme aquella pijama que me abriga todas las noches, pues esa pesadilla, merecía que la sintiera hasta llorar… Los minutos pasaban mientras yo inventaba pretextos para no salir de mi casa, yo decía que a donde debía ir era muy lejos, que tenía sueño y cansancio, pero de repente aparecí en la ducha, mojando mi rostro y mi cuerpo, ya no había vuelta atrás, tenía que asistir… Demoré quizá de 20 a 25 minutos y al salir de la ducha, supe que mi hermano dormía y mi cuñada también, quizá estaban peleando en sus sueños -como siempre- y no se levantarían a despedirme con un desayuno…

 Mientras tanto, yo comenzaba la lucha contra el espejo para saber con cual tipo de ropa me vería ‘’bien’’ para ir ese lugar, el que me causaba miedo, al que no quería ir, con mis pocas ganas busqué entre el closet los zapatos que debía llevar -tenis-, pero, gracias a mi desorden, sólo encontré uno de ellos, yo ya estaba vestida y mi zapato cómodo y blanco no aparecía…Mientras con la mirada intentaba que apareciera, yo arreglaba mi cabello, desapareciendo mis crespos los cuales odio y que por tal motivo opto por desaparecerlos, al ver que ya estaba completamente lisa -como me gusta-, me dirigí a la cocina a inventar un simulacro de buen desayuno, escogí unos huevos con arepa e hice rápidamente un jugo de naranja…Al terminar de comer aquel invento, ya eran las 6:40 am y según mis cálculos tenía que salir de mi casa a las 7:00 am para llegar puntual al encuentro, los minutos pasaban y el maquillaje aguardaba para ocultar mis ojeras y encrespar mis pestañas largas, mientras tanto el zapato izquierdo seguía perdido, empecé la búsqueda de un nuevo par que combinara con el jean que me quedaba grande y el saco recién comprado, pero, estos debían ser blancos… En un momento de descuido, deje caer los polvos color natural -blancos-, visualicé lo que parecía ser un zapato -el perdido- y puse en práctica el juego de tetris, para poder sacarlo, sí, estaba bajo la cama, en lo más escondido y mi brazo claramente no lo alcanzaría, así que fui por una escoba, lo saqué y estaba lista para asear mis manos y mis dientes… En ese momento nadie se había despertado, mi hermano soñaba con su próximo viaje y mi cuñada inventaba artimañas para celar a mi hermano y así poder pelear con él, para verlo rogando una vez más… Ya eran las 7:30 am y salí de mi casa, no sin antes pedir que me fuera bien porque aún seguía asustada e iba tarde.

Conté aproximadamente 120 escalones para llegar a la portería del lugar donde vivo y pensaba: ‘’Si me cansé al bajarlos ¿Cómo subiría a Monserrate?’’ -menos mal la salida ya no era allá- y también conté casi 45 pasos de zapatos talla 38 para llegar a la estación del alimentador, ese que me llevaría al Portal Norte de Transmilenio, al subirme surgieron dudas en mí, puesto que no tenía alguna idea de cómo llegaría, así que recibí en ese momento la llamada de Laura -mi amiga- y ella me explicó muy bien como debía llegar, en donde debía hacer trasbordo y en donde bajarme, finalizamos la llamada y exhale indicando tranquilidad de saber que no iba a perderme.

Mientras iba en el recorrido hacia la 170, me di cuenta que el conductor al parecer tenía afán porque la velocidad del vehículo aumentaba -quería ir al baño-, y a mi lado iba sentado un hombre, que al parecer por la sonrisa que llevaba en su cara había tenido una noche de esas que dejan sonrisas,-le dijeron que sí-, a pesar de que era domingo, él sonreía, yo no… En las sillas delanteras reconocí la forma de una cabeza conocida -era un amigo- con el que alguna vez compartí noches de cervezas y de letras, al verme se levantó y me saludó, lo abracé y me cuestione por qué tenía gafas, él sonrió y me indico su ojo acompañado de un morado y tres puntos -había peleado la noche anterior- y por su responsabilidad se dirigía a realizar un trabajo a pesar de su incapacidad, él iba entusiasmado, yo no.

Al fin llegábamos al Portal del Norte -lugar de mi desubicación- y tomé uno de esos Transmilenios que tienen la letra H, no recuerdo el número, sólo sabía que ese paraba en la Calle 22, -iba con nervios-, al entrar, me senté al lado de la ventana derecha, para que al contar carros, se pasara el tiempo y verme ya en aquel lugar desconocido -para mí-, al lado mío se sentó un hombre alto y con cara de guayabo -bebió demasiado- y su olor a cigarrillo me incomodaba, pero debía aguantar. La autopista norte fluía en su tráfico, era diferente a como se ve en los días de semana, la velocidad de los carros era alta, 90 km/h sin exagerar… Por casualidad, fijé la mirada en un hombre que iba en el famoso ‘’acordeón’’ del transporte -era guapo- y en un momento recordé que lo conocía, pero, no sé si me recordaba, era el ex novio de mi prima, pero había cambiado mucho, sus músculos eran evidentes y sus gafas habían desaparecido, mientras contaba sus cambios -buenos-, me miró y me saludó, camino hacía donde yo estaba y me preguntó que si yo era Karen, le dije que sí e ingresamos inmediatamente en una tertulia de tiempos pasados y actuales, él me miraba -quizá le gusté- y yo lo miraba a él -recordaba su relación con mi prima-, al intercambio de los números de celular, él se bajó y dijo que me llamaría para salir algún día, pero ¿Y mi prima?, bueno, ella ya tiene novio igual, tampoco buscaba a alguien, ya lo tenía -lo tengo-, pero fue agradable ese encuentro…Él -Martín-, se bajó en la estación de la 85 y empecé a distraerme viendo aquel accidente que había, un carro totalmente destruido y una mujer en estado de alicoramiento -peleó con su pareja y se fue a beber-, ella lloraba por su carro, no por sus heridas ¿Raro no?, el señor que iba a mi lado, quiso entablar una conversación conmigo acerca del accidente, pero, yo simplemente me quedé con los audífonos puestos e ignoré completamente su intención -niñita estúpida y egocéntrica-, quizá pensó él. Ya pasábamos por la Calle 76 y precisamente, el articulado hizo una parada en el lugar en donde se ve la Universidad en donde estudio, en ese momento miraba y por tres segundos maldije al profesor que me hizo madrugar un domingo ,que me hizo viajar por Bogotá, y así me desahogué un poco…

Las llamadas de mi amiga, me hicieron saber que llegaría bien, que no me pasaría algo malo y así llegué a la estación de la Calle 22, esa en donde se ven prostitutas fumando, travestis persiguiendo clientes y habitantes de calle -quizá ellos trasnocharon y a esa hora estaban trabajando-, así que dejé mi quejadera a un lado, busqué el vagón en donde hace su parada el servicio L97 y fácilmente lo encontré -me sentía mucho mejor-, mientras esperaba el servicio, miré a mi gris y grande reloj, las manecillas indicaban las 8:22 am -me había rendido en el trayecto- y la estación, estaba acompañada por personas que correrían en la maratón 11K, estaban con su uniforme de camiseta amarilla y lycra negra -pensaban en ganar una medalla- y recordé que mi cuñada asistiría, pero ella sólo corre para pelear y para irse con sus amigos -perdería y llegaría de ultima, ojala-.
Después de aproximadamente cinco minutos, llegó a la estación el L97 y me subí -iba vacío-, me ubiqué detrás del conductor como estrategia para ocultar mi temor, las llamadas de mis amigas abundaban y yo les decía que estaba perdida, no sabía por dónde iba, sólo que hace algunos minutos había pasado por el Parque del Tercer Milenio -antigua calle del cartucho- y un par de mujeres que iban en las sillas del lado opuesto de donde yo estaba sentada, se reían, me miraban y murmuraban sobre mí, pues yo llevaba gafas oscuras y un bolso de gran tamaño -tonta y creída gomela- pensarían, pero era inevitable, no sabía cómo irme a ese lugar y quizá el conductor también pensaba en parar su bus, bajarme y dejarme tirada para que de verdad me sintiera asustada. Al escuchar la voz molesta que indica las paradas que hace el transporte y notar que hacían falta dos de ellas para llegar, vi al lado izquierdo el Carrefour -sitio de encuentro- y mi amiga me llamó, estaba caminando para irme a recoger -la vi-… Pero el temor no terminaba, quedaba el resto de día, de horas y de exploración en ese lugar desconocido y este aumentó cuando el bus tomó una serie de túneles oscuros y solitarios que conllevaban a mi arribo -había llegado-, estaba ubicada en el PORTAL 20 DE JULIO… Me bajé y al ver otro servicio que llegaba al lugar frio y oscuro, vi a mi amiga Natalia, esa compañera de risas y de abrazos, ella también estaba asustada -no es de la ciudad- y desconocía completamente –más que yo- aquel lugar, al vernos nos perdimos en un abrazo -como los de siempre- y comenzamos la caminata a las afueras del sitio, allí a la salida, estaría Laura, aguardando por nosotras… Ese encuentro, ha sido uno de los más aliviadores que he  tenido, con ese me bastaba para sentirme ‘’segura’’, porque Laura conocía el lugar y sabía por cual camino deberíamos deambular.


Ya eran las 8:50 am, compramos chicles -xtime-, y empezamos la caminata hacia el Carrefour, yo les contaba a mis cómplices, mis historias con aquel hombre por el que  suspiro, ese que también iría a la salida, pero, que por una serie de inconvenientes en mis sueños, no quería ver -por nervios- y nuestros pasos eran lentos por la intriga de mis historias, pero nos acercábamos más y más -como la canción-, y al llegar a la esquina, a lo lejos de la miopía y el astigmatismo que padezco, ahí estaba él, con su camiseta favorita y un gorro, el más lindo y el que lo hace ver guapo -el que yo le regalé- y ese protagonista de mis tantas historias, me observó y yo lo saludé, dejando así los nervios de aquella pesadilla…Yo intentaba darle mis miradas y él no me las correspondía -después me comentó que sí lo había hecho-.


El clima era perfecto, hacía mucho sol y necesitábamos irnos de ahí para llegar a la Iglesia del 20 de Julio, ese lugar lleno de fe y de súplicas, de necesidades y agradecimientos… Ese que aguarda por los fieles… Las instrucciones por parte del Profesor fueron claras y emprendimos lo que sería la experiencia más extraña, pero antes se nos dio una advertencia ¡Cuidado con las cámaras!, con eso volvió el temor a mí, por suerte no lleve la mía, sólo me acompañaba el celular… Tres o cuatro cuadras a pasos de miedo y de curiosidad, llegamos al inicio de las ventas, una calle llena de personas vendiendo cualquier tipo de cosas (ropa, utensilios de cocina, Cd’s de música), era allí en donde empezaba la mitad de mi travesía, de nuestra travesía...Era una calle de subida y pensaba en que quizá no iba a poder subirla, pero iba con Natalia y Laura, con sus ánimos inicié…Empezamos a curiosear todas las cosas que vendían -quizá compraríamos algo-, la cantidad de gente, obstaculizaba nuestros pasos, eran ya las 9:30 am y el temor que tenía desde la salida de mi casa, se acercaba… Los besos y piropos por parte de los vendedores hacia nosotras, aceleraron mis pasos y aumentaron mis deseos de salir de ese lugar, un hombre se paró frente a mí y no me dejaba pasar -me quería robar- o según él -¡Nos estamos chocando!r-, su comentario me dio risa y esa mirada que muchos odian en mis momentos de malgenio explotó, sólo recuerdo haber escuchado: ¡Así bravitas me gustan!, observamos a una niña, vendiendo joyería y nos acercamos, yo con las ansias de poder encontrar un anillo de elefante que hace mucho busco -que aún no encuentro-,y ellas solamente me acompañaban, mientras tanto las palabras de los hombres, de aquellos ‘’verdes’’ incendiaban mi rabia y a esa calle no le encontraba fin -tal vez decían que eramos muy lindas para estar allá o era por molestarnos-.

Luego de 20 minutos de caminar en subida, llegamos a la parte en donde está ubicada la Iglesia y en donde las ventas de artículos religiosos aumenta, yo pretendía comprar algo, pero recordé que ya tenía demasiados de ellos, así que me dediqué a mirar lo que vendían y a preguntarle a los vendedores que si permitían ser fotografiados, claramente no accedieron -¿Qué tal estas niñas?- habrán pensado las señoras, pero nos dejaron capturar imágenes de sus artesanías, de lo que les permite sobrevivir… Mientras lo hacíamos, una compañera que nos acompañaba, nos comentó acerca de una penitencia que debía cumplir, regalar algo de ropa a personas que lo necesitaran y al escucharla, nos dirigimos al centro de la plaza anterior a la iglesia, la plaza grande y llena de personas quienes oraban en medio de una celebración eucarística, buscábamos en especial a una familia y fácilmente la encontramos, ella les dio su bolsa con ropa y sonreímos juntas, fue una emoción ajena muy conmovedora -la familia agradecía con el brillo de la mirada-… Al intentar caminar hacia el recinto religioso principal, una señora me indicó unas estampas del Divino Niño, acompañadas de un escapulario y de una novena a él y me impuso en la bufanda un sticker del mismo, al decirle ¡Gracias!, ella inmediatamente me cobró $2000 y le dije que no tenía, me quitó todo de mala manera -niña tacaña, pensó ella-, pero no quería comprarlos…

El calor de ese domingo era impresionante y la ropa negra que me acompañaba lo hacía más fuerte, así que al ver un carro de ‘’Bon Ice’’ decidimos acércanos -Laura, Natalia, Jeny-, y comprar unos cuantos que calmaran nuestra sed, al lado permanecían unos bachilleres de policía, los cuales nos observaban de manera coqueta, nos mandaron besos y nosotras reímos -era una burla-, y por otro lado, estaba una señora y su hija, muy tiernamente nos pidieron que si le regalábamos un Bon Ice a su hijita que moría de sed y en buena actitud, le dimos a las dos, nos agradecieron y volvimos a sonreír, de pronto ese lugar no era tan malo -para mí- y debía disfrutar lo nuevo. Por mi parte, ingresé a la iglesia y agradecí por estar ahí, la fe abundaba y era un sitio tranquilo, lleno de gente, pero se podía respirar con tranquilidad, en mi caso las influencias religiosas por parte de mi familia se hacían notar y me bendecí cuando el padre lo indicaba, después de esto, me empecé a sentir algo mareada y con la ausencia del aire -ya no era igual que en la iglesia, ahí respiraba-, mis compañeras me sujetaron y fuimos por algo para tomar -era culpa del calor-, al pedir agua, el señor me miraba con curiosidad -esta niña esta pálida, pobrecita- y luego de tomar agua, decidimos seguir caminando, hasta el famoso atrio, un lugar lleno de personas y de diferentes sitios llenos de fe -yo buscaba al hombre de gorro-, mientras tomaba fotos panorámicas del lugar, pero él no estaba y el calor, me seguía haciendo sentir mal -quería estar en casa-… A pesar de ser un sitio de seriedad, las risas comenzaron al ver a un compañero con una camisa ‘’Hawaiana’’ a quien hacíamos pasar por turista… Al estar por 10 minutos en ese lugar, volvimos a la plaza central, pero esta vez optamos por tomar otro camino, por donde había pantallas que mostraban en vivo la misa dominical… Nunca –por mi parte-me había sentido tan ‘’observada’’, por ahí 100 personas estaban congregadas en ese lugar, al ver el paso de nosotros ‘’de modelos’’, yo agachaba la mirada para no corresponder a esas malas miradas diciendo: ¡Chinos tontos! , en lenguaje correspondiente…

Al volver a la plaza, nos encontramos con el famosísimo Mickey Mouse, ¿El de verdad?, no, ese está en Disney, sacándole sonrisas a los niños del monopolio americano… Sólo estaba hecho en un disfraz a medio limpiar, un hombre debajo de él, acompañado de una mujer y su cámara, buscaban captar imágenes con niños o con adultos, por sólo $1000 -no los iba a pagar- así que inventamos una conferencia en mitad de la plaza para tomarle una foto desprevenida al famoso ratón y fracasamos en el intento, la mujer se dio cuenta y con su mirada nos transmitió rabia y ganas de pegarnos -estúpidos culicagados-…Ver a ese muñeco me devolvió a la infancia, como también lo hicieron esas burbujas de jabón y los algodones de azúcar -quería todo-, pero era mucha azúcar para mi decaída y mucho jabón para la ducha larga que ya había tomado más temprano.

El deporte y la fe al parecer también van de la mano, puesto que llegaban a orar personas en sus bicicletas y con sus uniformes coloridos y apretados… Las mascotas eran bendecidas y eso fue algo muy curioso, puesto que no conocía ese ritual ¿Para qué lo hacen?, la respuesta es la fe de cada persona que las tiene como compañía o como simplemente un miembro más de la familia, de ahí viene el derecho a defenderlas… De nuevo se nos hacia el llamado al atrio -en donde nos burlábamos del hawaiano-, al estar ahí, entramos al mini-santuario, en donde se encuentra la representación del Divino niño, las personas hacían su novena con total devoción pedían por los enfermos, por los nacimientos, por empleo y agradecían por las mismas cosas y me convencí de que si es milagroso, puesto que las personas lloraban al rezarle y en su altar la cantidad de flores, indicaban agradecimiento a los favores recibidos… Busqué la forma de tomar una fotografía sin incomodar a las personas que ahí estaban y me ubiqué en un lugar central en donde nadie me viera -estaba sola-, ya no tenía miedo, pero al pararme atrás, estaba él, el hombre de gorro guapo, el de las miradas lindas, pero que en ese día las hizo incomodas y lejanas –otra vez los nervios-, una amiga me sugirió que al entrar a una iglesia nueva, se deben pedir tres deseos y que estos se cumplen, y muy obediente los pedí -el primero se está cumpliendo- después, tomé rápido las fotos y salí del lugar, curiosamente con impaciencia de querer besarlo -sí, al del gorro…Ya eran los últimos momentos de aquella salida, de aquella experiencia, las personas murmuraban de nosotros y decían:  -es un trabajo, por eso están aquí- y tenían razón, pero era más que una salida, el miedo desapareció y se convirtió en interés hacia lo desconocido… Antes de terminar todo, decidimos tomarnos fotos en aquel lugar, en esa fuente conocida como la de los deseos, pero en esa no se pedían los deseos, era solamente una ficción…

Las gradas de una mini-plaza, aguardaban por todos, mientras el profesor de color naranja, esperaba para darnos la última instrucción del día, los de un grupo de un lado, los del mío del otro, las miradas -él y yo-, se cruzaban, pero callaban y el momento de mi inspiración llegó e intenté escribirle algo, pero recordé que había olvidado pagar su factura y no tenía datos, poca atención puse a lo que dijo el señor anaranjado, yo estaba inmersa en los sentimientos de verlo y de haberle dedicado un domingo a la religión… La despedida se anunció con un : ¡Nos vemos en 15 días!, y así terminábamos la historia de miedo, de esta pálida mujer suponiendo lo que otros piensan, de los piropos verdes, del Mickey de fantasía, de la mujer y la niña del bon ice, del conductor que quería ir al baño, de la fe, sí, de la fe al dedicar un espacio académico a algo que en mi caso ha tenido sus bases muy bien establecidas desde pequeña, de poder haberle agradecido al Divino niño todas las cosas que han pasado desde la ausencia más fuerte -ella-, del hombre del gorro, de mis compañías y de mi travesía al otro lado de la ciudad.

12:10 pm: Se acabó el miedo.



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